Vivir en aislamiento está repertiendo en el bienestar de las personas que genera un estado de alerta permanente, con una libertad a medias, extremando medidas contra un enemigo silencioso e invisible que se hace evidente cuando alguien cercano y/o querido se ha contagiado, está hospitalizado o por desgracia ha muerto.
Hemos desarrollado la percepción de estar viviendo en un campo de batalla, en una zona de guerra con el COVID 19 y que hoy día terminamos normalizándolo para adaptarnos y sobre llevar la cotidianidad o entrando en un estado de hipervigilancia.
La situación se puede llegar a normaliza a tal grado y comenzaran a vivir con una actitud de “no pasa nada” “no existe” “es un invento político” “no tomo precauciones” “me voy de fiesta o vacaciones sin cuidarme”
Por otro lado, tenemos el sector laboral aquellas personas que han vuelto a su trabajo en diferentes modalidades y a empresas o negocios que han implementado diferentes recursos para salvaguardar o tratar de salvaguardar la seguridad del personal sin embargo este regreso al entorno laboral esta generando inseguridad, nerviosismo y estrés agregado al que se vive por la misma sinergia de las actividades y compromisos laborales.
Como vemos la salud mental está pasando por un proceso de subsidencia, homeostasis y adaptación el punto es que no siempre lo hacemos de la forma correcta y esto termina generando estrés postraumático, depresión, ansiedad, trastornos y suicidios.